Esta semana conocí tres historias de víctimas de bulling en sus colegios. Adolescentes que fueron agredidos con burlas y descalificaciones por sus compañeros. Sorprende si, las coincidencias de respuesta para las tres como si fuera un protocolo aprendido al pie de la letra, protocolo imaginario que se transmite culturalmente. Los adolescentes coincidieron en que el colegio “no hace nada” o es muy lenta la reacción del profesorado y se sienten abandonados. Entonces, el primer consejo de sus padres, cuando conocieron la agresión fue “defiéndete, no te dejes, dale su merecido”. El puño pareciera ser el único camino viable para detener el manoteo. Como quien dice que, desde los 10 años, la vida debe enfrentarse con los guantes puestos.
A su vez, cada día sorprende más la violencia que se gesta en las comunidades. Cómo es posible que exista la opción de que un niño de 13 años, acosado por su medio, decida matar a su compañera para vengar la ofensa del rechazo (película Adolescencia basada en hechos reales). Hoy, en el mundo masculino se viven rechazos, “evaluaciones físicas” insoportables (feo, gordo, “enano”), comparaciones degradantes que los obligan a matricularse en el equipo de los incel (célibes involuntarios) y a defenderse de cualquier manera. Está también el conocidísimo caso de Gisele Pelicot, en Francia, que se atrevió a hacer pública las violaciones de su marido y 50 hombres más, quienes abusaron de su indefensión y vulnerabilidad. Hoy, es una heroína por atreverse a desenmascar el abusivo poder masculino que se repite a lo largo de la historia sin ninguna clase de oposición.
Pero ¿qué tienen en común estas historias? ¿Podría existir un hilo conductor entre ellas? Definitivamente sí. Imposible negar el dolor de la masculinidad herida, doblegada con la pérdida del poder. La cultura patriarcal está amenazada porque ahora tiene una “igualada” que le hace contrapeso. Una igualada que lo trata de igual a igual y el ego masculino no soporta la humillación. Por ello hoy una mujer empoderada es peligrosa. Una mujer con criterio y determinación es absolutamente amenazante para la masculinidad. La pérdida de poder es simbólicamente una castración y es insoportable resistirlo. Entonces, todo es permitido, todo justifica la defensa, el ataque, el “no puedo dejarme”. El asunto fue que “nunca” se dieron cuenta de cómo esa conducta tan dolorosa, fue actuada por ellos, desde la cultura patriarcal, contra las mujeres pero el mundo masculino “nunca” lo consideró grave. Sólo ahora, viviéndolo en carne propia…
¿Entonces es la sexualidad la que nos lleva a este despelote? ¿Desde Adán y Eva está inscrita la lucha sexual por el poder y el control? ¿Masculino, femenino, ansias de dominio, donde me empodero sometiendo a otro? O como dicen las antiguas lecturas esotéricas, es la dualidad la que también está presente en la guerra sexual y mientras no exista una conciencia de unidad, una armonía interior, no podrá el ser humano vivir en paz. En apariencia el lío se vive “afuera” como una proyección del caos interior. Pero la solución está en vivenciar que hombres y mujeres, masculino y femenino, son expresiones de igual significado. La dualidad, la polaridad, en todas las esferas humanas cada día nos aleja del sentido de unidad, del despertar de conciencia, único camino que nos acerca al verdadero sentido del existir. ¿Complejo?
Gloria H. @GloriaHRevolturas
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