¿A quien no se le ha pasado por la mente alguna vez la idea de “desaparecer”? ¿Quién no ha deseado en algún momento de su vida “dormirse y no despertar”? ¿Quién es aquel que no ha fantaseado con “irse” de este mundo? Pues bien, la idea del suicidio no es descabellada ni absurda porque ante las presiones del mundo moderno, desaparecer es una solución “atractiva” para muchos. ¿Facilista? ¿cobarde? ¿evasiva? Puede tener muchas interpretaciones pero no puede negarse que vivir no siempre es fácil. Y mas en los tiempos actuales. Claro, las concepciones espirituales ayudan a “detener” el desenlace porque irse suponiendo lo que hay en el otro lado, logra frenar la decisión. Para quienes creen que “no hay nada” y esta vida se les ha convertido en un “acabadero de ropa”, el suicidio queda como una puerta liberadora y atractiva. Si no hay nada mas allá, si desparecemos cuando morimos, ¿por qué esperar a que suceda mas tarde si puedo terminarlo todo ya?
Las enfermedades mentales van acorde con los tiempos. Lo que hoy se vive crea determinadas patologías psicológicas. El suicidio es una de ellas. “Hijo” de la modernidad es alimentado por la exclusión y la desesperanza. El componente de la cultura es definitivo en la decisión del suicida. La exclusión y la intolerancia generan esta clase de actitudes. Sobre todo en personas jóvenes. No encajar, no ser incluido en un grupo, en la familia, en el empleo, en el colegio, marca con un sello indeleble el resto de la vida. La pluralidad de ideas, comportamientos y actitudes del siglo XXI choca con la rigidez de criterios de quienes creen que el mundo es estático y todo cambio lo perciben como amenaza. El mundo moderno ha construido enfermedades psicológicas “actuales” de acuerdo a lo que se vive. Hoy sufrimos socialmente de narcisismo, bipolaridad, depresión y suicidios. Claro, alimentadas por angustia y ansiedad que desembocan en cualquiera de las anteriores. Pero son las enfermedades psicológicas que mandan la parada.
Y es allí donde los factores culturales y sociales son determinantes. Las enfermedades evolucionan al igual que la cultura. La histeria, por ejemplo, ya casi no existe. Fue la enfermedad la de la represión sexual. (Aun cuando se dice que la reacción frente a la vacuna del papiloma, en Santa Marta, fue “histeria colectiva”. Por algo el papiloma está relacionado con la sexualidad). Pero las enfermedades mutan con los tiempos. Y el suicidio es hijo de la exclusión e intolerancia. Los que ya lo hicieron… lo hicieron. ¿Qué sigue entonces? ¿Cómo evitar que se siga sucediendo en forma tan repetitiva?
La pluralidad y el respeto por la diferencia son dos componentes básicos para frenar el suicidio. En otras palabras la exclusión asesina. La manera de referirse al otro u otra porque no es un espejo mío, es de las formas mas violentas de convivencia que se practican. Las redes están inundadas de instigadores al suicidio. No es fácil recibir epítetos, descalificaciones, sobrenombres, burlas. Estos promotores del suicidio deberían tener una sanción social porque la cultura ayuda a crear patologías. Nadie espera un mundo sin críticas o diferencias. Pero un suicida es un ser, encerrado en la desesperanza, que no encontró lugar posiblemente porque personas “perfectas” le negaron una oportunidad en el mundo.
Gloria H. @GloriaHRevolturas