¿Por qué es tan difícil pedir excusas? ¿Por qué es tan complejo aceptar que nos podemos equivocar? ¿Por qué soñamos con una sociedad perfecta? ¿Por qué no se trabaja con los errores como herramientas de crecimiento? ¿Estamos educando para aprender a manejar los momentos difíciles o sólo educamos para el éxito y la satisfacción?
La semana pasada muchas personas en Cali sentimos el golpe de una acción humana que se marcó como un “descuido”. Pero, paradójicamente, en muchísimos corazones surgió una inmensa solidaridad y deseos de apoyar. La cadena de oraciones o de energía fue inmensa. Se percibía la sensación de tender la mano, reparar, contener, acunar… ¿Cómo se puede acompañar, qué palabras se pueden expresar, qué corazones se pueden abrazar, a quién se le puede tender la mano, u otra experiencia, u otro conocimiento? Se recordaron antiguas historias, iguales de desgarradoras, pero aleccionadoras. Historias parecidas que se miran ya en el pasado pero que alimentan, nutren el presente. Hombres, mujeres, familias y niños que desde su corazón expresan que se puede salir adelante, que la vida entrega aprendizajes fuertes, pero que nada es casual… Ellos son el testimonio viviente de que si se puede superar. Venimos a la vida con el día de la muerte demarcado y “escogemos” a los actores que “colaboran” en ese momento. La mirada crítica puede denominarlos como descuidos, irresponsabilidades, pero es la intención de lo acontecido la que marca la diferencia. Y qué tanto se puede aprender de ello. La paradoja de la existencia es esa: si venimos a aprender lo mas valioso que tenemos en nuestro crecimiento es el manejo de los errores.
Unas palabras que hubiesen pedido excusas por esa otra expresión “descuido” habrían completado una fase de reparación. Sí, hubo nuevos comunicados, pero pareciera que reconocer los errores no es un asunto fácil. No es jugar a que no pasó nada, a que nunca se dijo, es reconocer y aceptar. El dolor de una familia no puede marcarse como un descuido. Pero “bajar la cabeza” , aceptar lo imperfecto de la condición humana, no es asunto que se enseñe o se practique. Ya lo hemos anotado aquí. No lo hacen “los grandes”, los poderosos, el Ministro de Defensa, no lo hace la curia de Cali (no ha reconocido el comunicado donde culpa a los niños por lo sucedido en el abuso del sacerdote), no lo hacen los gobiernos. ¿Cómo tener entonces la disposición interior de perdonar al otro si no enseñamos el valor de la reparación de los errores? Estos actos de perdón pareciera que se sienten humillantes, desobligantes, pérdida de ego o de poder. Son los efectos de esa sociedad patriarcal que no reconoce que existen otros actores tan válidos y visibles como cualquiera.
Qué paradoja, debido al dolor de esta familia, muchas situaciones mejoraran, otras se corregirán. Se tomará conciencia de la inquietud de los niños. Cada vez se “ven” y se escuchan mas. Gracias a situaciones angustiantes, aprendemos. La compasión es una emoción necesaria que cobija actos humanos y nos conecta con lo sagrado. Es hora entonces de compasión, acompañamiento y reparación. Y aunque no lo crea, la energía de la solidaridad puede ayudar a mitigar la pena. Un pensamiento compasivo para los implicados es la manera de colocar nuestro granito de arena…
Gloria H.