El próximo lunes se celebra (?) el día de la mujer y mientras estoy escribiendo “celebra” me pregunto qué se celebra. Qué se puede celebrar en momentos como el actual donde las condiciones de vida de la mujer, mas visibilizadas pero no mejores, impactan día tras día. Feminicidios, las niñas secuestradas de Nigeria, la bala perdida en la cabeza de la niña en Cali, violencia intrafamiliar disparada, desempleo femenino, agobio de tareas domesticas en casa…. Sin lugar a dudas que existe muchísima mas conciencia (o sería mas preciso escribir mas publicidad) pero la situación es muy pero muy angustiante. El que existan mas reflectores narrando la situación, no significa que sus condiciones de vida hayan cambiado. Aún, mas delicado todavía, de tanto repetirlo y repetirlo se corre el riesgo de volverse paisaje…
La violencia del patriarcado se destapa y no existe escenario humano donde el abuso no se haya dado en forma descarada. Es como si fuese “natural” que un hombre use a la mujer “porque le pertenece” porque es inferior, porque es objeto. Las declaraciones del periodista Alberto Ramos Salcedo, acusado por 22 mujeres de haberlas abusado son indignantes. El sólo hecho de aceptar que sus relaciones con estudiantes fueron “consuensadas” significa que a nombre del poder se aprovechó de su posición para usarlas. Dos de ellas responden que fue tal el impacto sobre su actitud, al observar que su modelo de profesión se aprovechó de ellas, que se quedaron estáticas. El impacto de que un profesor, un mentor, un tutor, un padre, “use” su poder para abusar es demoledor. No es que no queden huellas en el cuerpo pero las huellas en el mundo emocional son peores aún porque derrumban ideales, sueños y expectativas que acompañaran por toda la vida.
En Francia se lanzó el movimiento #incestotoo, donde los reflectores enfocados hacia el exterior para narrar abusos, ahora se dirigen al interior de las familias. No hay adjetivos para calificar este panorama. Pero es necesario destacar una constante en las historias: no le creen a la niña, adolescente o mujer que denuncia, ¡no les creen! Y aun cuando suene paradójico cuando la niña acude a la mama, esta no escucha, o minimiza el hecho. Posiblemente, ella mamá, también fue abusada. Y la saga continua… la madre no cree, tiene miedo, su desprecio a si misma como mujer desvalorizada lo proyecta en su hija. Las mujeres abusadas tienen una rabia infinita hacia el padre, claro, pero la pasividad de la madre golpea en forma cruel porque es la confirmación de la desvalorización femenina en toda su dimensión. La madre o no ve o no quiere ver. El honor de la familia se debe cuidar y el abuelo, tío, padre o hermano, son mas importantes que la herida en el mundo femenino. De pronto 3 hermanas en un mismo hogar abusadas por el mismo hombre y nadie vio, ni escuchó nada. Cambios de actitudes, miedos, rabia, gordura, nada se ve porque es peligroso ver. De allí la necesidad de que la madre mujer escuche y crea. Ni que decir de la Justicia donde la indiferencia es total. Lo de la Juez de Santander es aberrante y tuvo la madre que encadenarse para ser escuchada. Por eso la mejor “celebración” será un momento de conciencia para escuchar si muy cerca de nosotros, hay un lamento femenino por abuso. Hay que escucharlo y creerlo.
Gloria H. @GloriaHRevolturas