La muerte no debería sorprender porque es lo mas seguro que se tiene. La vida es una pasantía. Nacemos para morir. Sin embargo como proceso no siempre es fácil de aceptar, muchas veces por desconocimiento o poca información. Además, no muere “únicamente” la gente mala. Lo complejo y difícil es la forma como algunos fallecen. Las muertes violentas, por ejemplo, son desgarradoras al imaginar lo que el ser querido pudo enfrentar y sufrir.
Colombia se impactó con la muerte de Yuliana Samboni, por todos los elementos que construyeron este crimen. Quien la mató, la forma como lo hizo, la crueldad, la premeditación, el engaño, las diferencias sociales, todo contribuyó a crecer la tragedia. Hoy, la niña está muerta, su familia salió del foco público e intenta rehacer su vida, alejada del bullicio de Bogotá, en la tranquilidad del campo, fuera de los reflectores nacionales. No debe ser fácil, los recuerdos están pero el mundo continúa, están sus otros hijos. La opción de congelar el duelo, hacerlo eterno o seguir sus vidas, he allí su presente y su futuro. Claro, contando con la ayuda del Estado…¿existe?
En el otro lado, los Uribe Noguera, la familia para la cual el drama ni termina, ni se mengua, ni se atempera. Un drama que día a día está en carne viva, que no tiene anestesia ni pareciera tampoco final. Para ellos la tragedia continúa. Cada mañana de sus vidas está signada por ese acontecimiento. Y no solo los padres y hermanos de Rafael, no. Sus sobrinos, los parientes, los cuñados, las familias políticas. Cuando sucede un crimen, se genera una conexión energética entre la víctima y el victimario. Y es para siempre, para toda la vida. Las consecuencias irremediablemente se arrastran.
En el mundo espiritual se dice que venimos a vivir lo que se ha escogido para aprender. Nuestra alma o conciencia es la que lo elige para continuar el proceso de evolución. Y así como el que se matricula en una institución “escoge” las materias adecuadas para su crecimiento, igual sucede con la vida: escogemos los aprendizajes requeridos, (incluida la familia) para nuestro desarrollo. El libre albedrío (me resisto, de “buena manera”, protesto, me someto) es la actitud con la que se manejan esos aprendizajes. Pero lo que se escogió aprender es inevitable vivirlo. No existe un destino demarcado del cual no se sale y cual marionetas se vive porque “toca”. No olvide que ha sido nuestra elección. La física cuántica habla de infinitas opciones para enfrentar lo que se debe vivir. No es fácil asimilarlo.
El dolor de los Samboni es desgarrador pero ya conocen el desenlace de los acontecimientos. El dolor de los Uribe Noguera, ¿dónde queda? En una pregunta absurda, difícil pero real, si le tocara escoger ¿a qué familia decidiría pertenecer? ¿Cuál tiene futuro? ¿Cuál tiene un peso “eterno” en su árbol genealógico? Podría hablarse de que una familia enfrentó una muerte real, desgarradora pero saben que la tragedia terminó, aunque puede que el dolor nunca desaparezca. ¡Conocen el final! La otra familia no ha terminado el duelo, no ha concluido la desgracia. Están condenados de por vida. No saben qué otros desenlaces tendrá la historia en sus propias vidas. Entonces vale la pregunta: si a usted le tocara escoger entre esas dos familias ¿a cuál decidiría pertenecer?
Gloria H. @Revolturas